Un ángel de carne y hueso

Hacía mucho que no la veía. Me estaba acordando de ella, tenía pendiente llamarla. No la conozco mucho, no la veo apenas, y sin embargo la siento como a alguien cercano.

Habla mucho, en voz alta y deprisa. Se contradice, no encaja lo que dice con lo que hace.

Mira y teclea el móvil mientras habla.
Se acuerda de lo que le he contado aunque hace mucho que no hablaba con ella.

Me acuerdo de lo que me ha contado aunque habla a trompicones, con interrupciones de móvil, con preguntas sin respuestas.

No sólo interrumpe el móvil, todo el que pasa habla con ella.

Me cuenta que está muy mal: de salud, de trabajo, de dinero, de amor... sin lastimarse, es lo que hay.

Saluda y comenta algo con una señora que pasa, deprisa y procurando no interrumpir mucho tiempo la conversación que tiene conmigo.
Me pregunta entre interrupción e interrupción por cosas mías, por cosas que hace más de un año que le conté y de las cuales se acuerda con lucidez. Asuntos sin trascendencia.

Caminamos juntas, tenemos que ir por el mismo camino.

Habla con una negra que tiene un niño de tres años, el cual llora cuando se tiene que separar de ella. No puede estarse con el niño, tiene hora con el médico.

El niño se queda desconsolado. Le abraza, le explica deprisa que tiene que irse, la criatura no se resigna, quiere con ella...

La madre le enseña unos papeles en los que hay instrucciones sobre lo que el niño tiene que llevar al colegio...

Se ofrece a comprarle la bata, ya se la comprará ella.

Se despide de ellos, el niño no quiere despedirse, resulta cómico, las lágrimas asoman a sus ojos, se despide por enésima vez en cuestión de cinco minutos .
Seguimos juntas un trocito del camino, le viene de paso, hablamos deprisa, quedando para dentro de unos días poder hablar más tranquilas.

Todo problemas, todo generosidad, llena de vida aunque con una enfermedad que no le da tregua...

Alguien muy, muy especial.