Nadie nos ha pedido permiso para
traernos al mundo. Nadie ha elegido donde y cuando nacer. Nadie puede elegir
sus rasgos físicos ni psicológicos. No podemos elegir el peso al nacer ni
nuestra altura, ni nuestro sexo. Ni tan siquiera si queremos ser personas o algún otro animal.
Nadie lo ha elegido, nadie que sea
capaz de recordarlo y de demostrarlo.
¿Quién sabe? A lo mejor en algún
momento hemos elegido lo que somos y no podemos recordarlo? Alguien puede demostrar que no lo hayamos
elegido previamente, que no hayamos tenido algún tipo de existencia anterior.
¿Empezamos a existir en el
momento en que somos concebidos?
Nuestro cuerpo empieza a tomar
forma en ese momento, ¿y nuestra esencia? ¿nuestra alma también? ¿el alma no existe? ¡Quien sabe!
Creemos que no somos libres para
elegir existir, para elegir cómo ser, para elegir dónde estar.
Sin embargo, una vez que
existimos, se supone que somos libres. ¿Lo somos? Nuestra forma de pensar y de
actuar viene condicionada por nuestra forma de ser y por lo que hemos ido
viendo a lo largo de nuestra vida.
En nuestra sociedad está muy mal
visto matar. Está incluso mal visto matar a quien ha matado a destajo, con
premeditación, alevosía y sin arrepentimiento.
En cambio consideramos un derecho
matar, y hay gente que piensa que aumenta nuestro nivel de bienestar el derecho
absoluto sobre la vida de una persona, siempre y cuando esta sea tan sumamente
débil que todavía necesite como cobijo del cuerpo de su madre.
Hay mujeres que consideran una
conquista social el saber que pueden matar a alguien que necesite su cuerpo como cobijo.
Las conquistas de la mujer, si
realmente defendiéramos el hecho de ser mujer, no pasarían por convertirnos en
hombres de segunda categoría: acceder a los mismos puesto de trabajo ( con una
mayor preparación y menos sueldos p.ej….), tener relaciones sexuales por puro
placer (hinchándonos a hormonas para no quedarnos embarazadas y derecho
posterior a abortar…)
¡Menudas conquistas! ¡Parecen
pensadas por nuestros mayores enemigos!
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